La noche del viernes 10 sería la última que pasaríamos en la residencia, ya que el sábado 11 de diciembre saldríamos hacia Gulfport-Biloxi para coger un avión rumbo a la guinda más dulce del pastel más azucarado de este viaje, New York.
Después de dejar la habitación vacía (y por consiguiente fría), avisar a Mike (el responsable de planta) para que revisara la habitación y despedirme de la persona con la que he vivido (muy felizmente) más de 4 meses, nos fuimos con nuestro amigo Tyler rumbo al aeropuerto.
Nos las prometíamos felices felicísimas. Terminábamos la universidad con todo aprobado y la emoción por visitar New York y por volver a España nos inundaba, pero el destino aún nos tenía una pequeña broma guardada, y además no la última.
Llegamos al aeropuerto, ya de por sí pequeño, y no vemos a nadie en el mostrador de facturación. Realmente ninguno nos extrañamos, así que con ayuda de una trabajadora del aeropuerto nos pusimos a intentar sacar el billete de la típica máquina que hay de check-in, cuando, al meter los datos de mi pasaporte y vuelo, me aparece el mensaje “To late to check-in”. Se me pone cara de “OMG” e inmediatamente me doy cuenta de la metedura de pata. Miro el billete, la hora de vuelo y sí, así era. Lo positivo del momento fue que al estar en un país extranjero pude echar todos los dioses y cagarme en cuanta gente me apeteció sin chubasquero sin que nadie se molestara.
En teoría, nuestro vuelo era a las 11, por lo que teníamos que estar a las 9 en el aeropuerto, pero lo que teníamos todos en mente es que a las 9 era la hora que teníamos que salir de Hattiesburg porque el vuelo era a la 1. Increíble pero cierto, y seguro que no somos ni los primeros ni los últimos. Nos comentan que si queremos volar en el día, $300 o que podíamos esperar al día siguiente sin ningún coste. Teniendo en cuenta que era un vuelo con escala y que sólo nos retrasaba un día y sin pagar nada (increíble) dijimos que sí sin pensarlo, así que esa noche la pasamos en un Hilton cercano al aeropuerto. Por cierto, para un homo-hostal como soy yo, fue toda una experiencia estar en un hotel, no hay color.
Al día siguiente (por decir algo) nos levantamos a las 3 de la madrugada porque a las 4 había que estar allí ya que nuestro vuelo salía a las 6. Bajamos, desayuno a todo trapo como reyes y transporte al aeropuerto incluido. Una vez allí nos llevamos el alegrón de volver a vernos con nuestros amigos japoneses, por lo que la espera se hace más corta. Espero verlos algún día pronto por Madrid, Osaka o Tokio, de verdad, grandes personas.
Una vez salimos de Gulfport, llegamos a Charlotte (Carolina del Norte) donde hacíamos la escala. Evidentemente no podía salir bien la historia, por lo que al ir a coger el segundo avión para llegar a New York, nos comunican que el vuelo se ha cancelado por el tiempo. Nervios, suspiros, pensamientos de coger el vuelo directamente a España, carreras y preguntas y finalmente conseguimos un billete para todos a la misma hora, por la tarde. Aún no lo teníamos todo perdido.
Y por fin, casi 24 horas después de lo previsto, llegamos a Newark. Nada más llegar, casi nos montamos en un taxista pirata de estos que andan por ahí. Afortunadamente, y a pesar de que José ya había cogido material de defensa contra el Jack Sparrow de los taxis, conseguimos librarnos de él diciéndole que las maletas no entraban y que me negaba a ir con las maletas en las piernas, y eso que ya teníamos las maletas dentro del maletero.
Cogemos un autobus legal, que nos cuesta $15, y por fin llegamos al corazón de New York, a Manhattan. Nuestro hostal estaba en Times Square, por lo que la situación era perfecta. Nada más poner el pie en Manhattan, nos llegó un negro aparentemente muy bondadoso para ayudarnos a llegar a nuestro hostal. Como hablamos, el señor nos lleva muy gustosamente al hostal, del tirón, sin callejeos. Pero la situación no parecía normal. Calle más o menos vacía, andamio justo en el edificio, ningún cartel indicando el hostal, ni en el timbre y para colmo el número de la calle no coincidía con el que nos venía en la reserva. El caso es que el tipo llama directamente al telefonillo (que ya se lo sabría) y le abren. Yo con un mosqueo monumental y mucha ignorancia (atrevimiento) decido subir con el tipo a comprobar que todo está correcto, mientras dejo el ordenador junto a los demás en la calle y les digo que me esperen, pero que sólo 5 minutos.
Subimos por unas escaleras mugrientas, en un portal con olor a carnicería de galería comercial cuando llegamos a la primera planta y veo a un cocinero pasando de la puerta A a la puerta B con una pieza de carne enorme y a otro con un puchero de puerta a puerta. Os podéis imaginar la flashes de pelis que se me vinieron a la cabeza por milésima de segundo. Paso tras paso sigo a mi amigo el “amable”, y con el olor a carnicería impregnando mis pulmones, voy pensando millones de maneras de las que me iban a matar. Finalmente, llegamos a la segunda planta, abrimos una puerta, y veo, lo que parece ser, una recepción. Respiro, dejo de pensar en mi madre y en las millones de películas que he visto a lo largo de mi vida en las que por unos segundos me vi como protagonista. Y ni dudéis que el negro “amable” puso el cazo para coger guita y que casi tuvimos problemas con él porque no estaba de acuerdo con la propina.
Este post ha sido para demostrar lo especial en que se puede convertir un simple “transporte”, que un despiste de hora nos llevó a vivir bastantes situaciones distintas y nuevas para nosotros como perder un avión y conseguir otro para el día siguiente, conocer a gente muy interesante como un señor con el que hablé en el Hilton que había estado en Morón de la Frontera como militar y que me demostró que no todos los americanos son iguales, visitar Gulfport, estar en un Hilton, ver Fight´s Club en inglés, volver a ver a mis japoneses, que nos anularan un vuelo, coger otro nuevo, que casi nos montáramos en un taxi pirata y que pensáramos que estábamos siendo atracados, el más puro estilo Hollywood, en NYC.
En definitiva, que un viaje se empieza a vivir desde que se planea, y que todo lo que pase en él, despistes, retrasos, problemas, incidentes,…forman parte de él, y que por tanto también se disfrutan…y esto, amigos míos, es aplicable a la vida, que al fin y al cabo, no deja de ser eso, un viaje.
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